miércoles, 3 de mayo de 2017

LA LLAMADA INTELIGENCIA EMOCIONAL.

LA LLAMADA INTELIGENCIA EMOCIONAL

Alberto Acuña Araya


Cada día nos enfrentamos a momentos, ya sean grandes o pequeños, que debemos comprender y asimilar. Una mala cara, un gesto que no sabemos cómo interpretar, una situación nueva para nosotros… ya sea en el trabajo, entre amigos, en casa. Son pequeñas rutinas diarias que nos transmiten sensaciones y emociones
La Inteligencia Emocional es un tipo de inteligencia, es decir la destreza mental de las emociones. Se empezó a estudiar en los 90 por dos autores principalmente, Peter Salovey y John Mayer. El concepto ya lo había mencionado en 1986 Wayne Leon Payne, quien comenzó a hacer una investigación al sentir la necesidad teórica del concepto. Argumentaba que en la sociedad occidental se había suprimido el papel de las emociones y eso había hecho que la sociedad no creciera emocionalmente, que hubiera un estancamiento. Con el boom de las finanzas, del consumismo, de la productividad nos habíamos olvidado de esa parte importante del ser humano que son sus emociones.
Estos dos autores cogieron el término y desarrollaron el concepto con el objetivo de explicar porqué hay personas que se manejan mejor que otras con sus emociones. Enunciaron la Inteligencia Emocional con 4 componentes básicos (percibir, valorar y expresar las emociones con precisión; experimentar determinados sentimientos en la medida que faciliten el entendimiento; comprender las emociones y el conocimiento que de ellas se deriva; regular las emociones para fomentar un crecimiento emocional e intelectual), algo así como la capacidad que tenemos los seres humanos para percibir las emociones, valorarlas y saber extraer de ellas el conocimiento necesario para adaptarnos a la vida. Según estos dos investigadores, y esto es lo más novedoso, las emociones priorizan la cognición, es decir nos ayudan a pensar y tomar decisiones. Para la mayoría de las personas saludables, las emociones transmiten cierto conocimiento sobre su relación con el mundo.
Por lo anterior podemos afirmar que la inteligencia emocional es un tipo de inteligencia, por lo tanto medible y hasta cierto punto educable. Salovey y Mayer desde esa aproximación científica se ocuparon de que los cuatro componentes que ellos enunciaban fueran muy concretos de forma que se pudieran medir como una destreza mental. Relacionaron el concepto de inteligencia y el concepto de emoción; siendo las emociones las herramientas que nos ha dado la naturaleza para poder subsistir; es decir son innatas. Por ejemplo, cuando el hombre de las cavernas veía un mamut y tenía que ir por él, necesitaba ese arrojo, esa fuerza, esa ira que multiplicase su energía… las emociones son útiles porque nos han permitido adaptarnos al entorno. Lo que ocurre ahora es que las emociones que tenemos no están tan adaptadas a la sociedad actual. Hay una brecha muy grande entre lo básico del proceso y el entorno en el que vivimos.
Precisamente una de las bases de la Inteligencia Emocional se refiere a esa identificación emocional, saber percibir, valorar y conocer esas emociones. Y además, saber manejar qué conocimientos nos aporta cada emoción. Por ejemplo, cuando me enfado esa emoción viene debido a que hay una circunstancia que a mí me resulta injusta y sobre la que tengo que actuar; otra cosa es cómo actúe cada uno. Esa emoción de enfado es necesaria y tiene que vivirse. Es cierto que en muchas ocasiones se produce más de una emoción al mismo tiempo, se puede sentir rabia y tristeza en una circunstancia, o incluso tristeza y alegría. Esos procesos emocionales llamados complejos, demandan un nivel mayor de destreza emocional. Reflexionar de dónde viene cada emoción, y aceptarlo para integrar esa vivencia.
Saber qué hacer con cada emoción, posiblemente sí, pero no existe un manual de uso, quiero decir, cada emoción es única porque es vivida y, en cierta forma, creada por cada individuo. Me explico: una emoción tiene tres componentes; el elemento cognitivo es la valoración subjetiva que cada uno hace de una determinada situación; si esa valoración implica “esto es perjudicial para mi y tengo pocos recursos para reaccionar” a partir de ahí aparece el elemento fisiológico. Mi cuerpo se altera, se revoluciona. Está formado por las respuestas internas de mi organismo, aceleración del pulso, respiración más superficial, aumento de la glucosa en sangre para que mis músculos puedan reaccionar con más energía; por último está el elemento expresivo que lo componen las manifestaciones corporales de la alteración de mi organismo, el gesto de enfadado o de triste y las verbalizaciones de mi emoción. De esos tres elementos el cognitivo es principalmente el determinante de la emoción, ya que es la valoración que yo individualmente hago sobre cómo me va a beneficiar o me va a perjudica cierta situación. Una persona con inteligencia emocional elevada, sabe dirigir sus acciones para rebajar la intensidad de esos tres componentes. Y si no sabe hacerlo, al menos es consciente de que no sabe, lo acepta y a la vez reflexiona sobre lo que le está ocurriendo.
Por ejemplo como “Tico” que soy me cuesta hablar del carácter de los “ticos”, pero hay factores que influyen en esa típica manera de ser: la psicología de los grupos humanos se adapta al entorno atmosférico; como nuestro tiempo generalmente es lluvioso y frío, nos resguardamos en casa y psicológicamente nos guardamos también nuestros sentimientos, tanto la alegría como la tristeza. Por otro lado, los valores de una cultura implican que determinadas maneras de ser sean más aceptadas que otras, y eso se generaliza y se produce un contagio emocional. Nuestra cultura ha tenido el trabajo como uno de sus principales valores, y es que no había otra manera de subsistir en los caseríos que trabajando de sol a sol. Además, el País ha estado muy influenciado por la religión católica y creo que en esta falta de expresividad ha tenido mucho que ver esa represión emocional por parte de la Iglesia.
Si se expresaban las emociones tenía que ser en el confesionario, donde alguien decidía si lo que yo sentía era bueno o malo. Lo del carácter de los “ticos” quizá sea un prejuicio…, pero algo de verdad hay ahí.
Volviendo a la Inteligencia Emocional. Se pueden citar dos autores precursores a la hora de definir esta inteligencia, sin embargo es Goleman quien ha popularizado el concepto en las últimas décadas.
Goleman, es quien comercializó el concepto Inteligencia Emocional. Ocurre no obstante, que según la comunidad científica, el concepto de Inteligencia Emocional como inteligencia. Él habla de cinco habilidades, (autoconocimiento, empatía, automotivación, habilidades sociales y regulación emocional); pero dentro de esas cinco competencias, hay muchas habilidades más básicas y por eso sería casi imposible medirlo con los criterios científicos de una inteligencia. Otra crítica que se le puede plantear es que Goleman afirma en sus definiciones que la Inteligencia Emocional nos permite lograr el bienestar, pero esto no es así. Es una afirmación extremadamente optimista y que origina expectativas muy altas, incluso ilusorias.
Hay que manejar el problema con respeto y valentía y aunque no ayude a lograr exactamente lo que yo quisiera, a la persona le sirve para sentirse mejor mediante la expresión de sus pensamientos y sentimientos y así sentirse competente y orgulloso. Además, cada vez que traemos a la mente una emoción se reproduce todo el proceso emocional. Es decir, la respiración se acelera, la circulación sanguínea va más rápido… con el consiguiente costo que eso tiene para la salud. Cuando tenemos emociones negativas, empezamos a soltar hormonas como el cortisol que libera mucha glucosa a los músculos para que puedan aumentar la energía para resolver la situación de alarma y actuar; pero además paralizan las funciones anabólicas de recuperación, renovación y creación de tejidos. Esto influye tremendamente en nuestra salud de tal manera que si tengo “reguero” de cortisol muy a menudo eso influirá en la inhibición del sistema inmunológico y trastornos del sistema nervioso como cefaleas o hipertensión.
Con respecto a la proliferación de revistas, artículos y libros de autoayuda. Personalmente considero que no dejan de ser importantes pues la mayoría están llenos de consejos. Al mismo tiempo, creo que los libros de autoayuda están haciendo una labor importantísima de acercamiento de la psicología a las personas. En ese sentido está poniendo nombre y explicando procesos que de otra manera la gente no conocería y eso es muy útil porque nuestra mente necesita poner nombre a lo que experimenta y tener cierta explicación. Pero ocurre que muchos de esos libros tienen poca base científica y transmiten una idea exagerada de logros y resultados. En psicología no hay nada milagroso. En cualquier caso, si a una persona que lee un libro de autoayuda le hace tener una primera toma de contacto y darse cuenta de algún funcionamiento dañino que estaba siguiendo, entonces muestro mi respeto hacia ese libro de autoayuda, y hacia esa persona, sobre todo. Mientras tanto seguirá dándose desde mi perspectiva una relación dialéctica entre las emociones y el entorno social en el cual nos desenvolvemos.