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ALBERTO ACUÑA ARAYA
Es difícil encontrar en
nuestro país, un costarricense que no haya hecho la romería a Cartago en algún
momento de su vida. Y es que hoy en día, en que nuestra Iglesia Católica es
cuestionada e incluso atacada por sus detractores, resuenan en mis oídos la frase
del padre Santiago Núñez en la misa del 2 de Agosto a las 5:00 am. de ese año después
de haber contemplado ese discurrir
constante de peregrinos dentro y fuera de la Basílica. Me comentaba el padre Núñez
que es difícil creer que con manifestaciones de ese tipo se pueda pensar que
el pueblo costarricense abandone su fe
Católica. Y agregaba el sacerdote que incluso en los años de asistencia a estos
actos no había visto tal cantidad de personas como en esa ocasión.
Y es que para los que
estuvimos ahí desde el 1 de agosto hasta
el 2 del mismo mes, prestando un servicio de una u otra forma, nos damos cuenta
que esto que ocurre, no es solamente una manifestación o acto religioso más y
mucho menos un “comportamiento multitudinario común” como le llaman algunos
científicos sociales. Eso es algo más y es que hay que ver cuáles son las
manifestaciones de fe. El observar todo tipo de personas, ancianos, hombres,
mujeres, niños y adultos en esa expresión que no puede darse de por sí, sino
que encierra todo un significado que cada uno de ellos sabe y comprende.
No puede ser casualidad
que una madre llegue a dar gracias a Dios a través de la “Negrita” de los Los
Ángeles por haber restablecido físicamente la salud de su hijo. Y tampoco puede
haber casualidad cuando alguien se ha encontrado en caminos erróneos de su vida
y ha rectificado esos caminos.
En estas
circunstancias, uno se pregunta, que determina la movilización de los “romeros”
hoy en día: como dicen algunos, serán
los esfuerzos de aparatos eclesiásticos para perdurar esa manifestación. Será la devoción y piedad
religiosa hacia una deidad milagrosa y complaciente o la participación del “tico”
en un fenómeno colectivo de tipo social por diversión, tradición o novedad.
Definitivamente,
considero que la cuestión no es así. Y conste
que no es fanatismo. La fe del costarricense se encuentra muy arraigada
a su espíritu, a su ser costarricense.
Y es que no se trata de
hacer análisis sociales del comportamiento colectivo. De esa forma nos quedaremos en el análisis y eso es
peligroso. Para los que vivimos en Cartago, y como en mi caso personal, cuando
se conversa sobre el porqué de la asistencia a esta actividad y no solo el 1 y
2 de Agosto, sino durante todo el año, nos damos cuenta que hay un algo más
profundo en esa manifestación de fe. Es fácil darnos cuenta de que eso no puede
quedarse nada más que un acto sociológico. Es un acto de fe. Y la fe mueve
montañas.
O que les dirían esos
analistas a aquellos que les contestan, que su hijo fue sanado sin explicación
científica o que su hija no murió en un accidente inexplicablemente. Yo me pregunto
¿qué responderían esos “analistas”? Pues
para mi muy sencillo, eso fue obra de Dios y para ellos es incomprensible.
Simple y sencillamente incomprensible. Y aquí quisiera recordar aquel pasaje de
Tomás en el evangelio de San Juan.
Tomás, uno de los doce,
llamado el Gemelo, no estaba con los demás cuando vino Jesús. Le dijeron
después los otros discípulos: hemos visto al Señor. Pero él respondió: Si yo no
veo en sus manos la hendidura de los clavos y no meto mi dedo en el agujero que
en ellas hicieron y mi mano en la llaga
de su costado, no lo creeré. Ocho días después, estaban otra vez los discípulos
en el mismo lugar y Tomás con ellos. Vino Jesús estando también cerradas las
puertas y se les puso en medio y dijo: La paz sea con vosotros. Después dice a
Tomás: Mete aquí tu dedo y observa mis manos y trae tu mano y métela en mi
costado y no seas incrédulo, sino fiel.(S. Juan 20, 24-27). Y con eso quisiera
terminar no sean incrédulos, sino crédulos. Y todo esto por fe, no por meras
divagaciones intelectuales.
Este Artículo se escribió originalmente para el ECO CATOLICO el 15 de setiembre de 2002. sin embargo el tema sigue y seguirá vigente