Alberto Acuña Araya
Cada día nos enfrentamos a momentos, ya sean grandes o pequeños, que debemos comprender y asimilar. Una mala cara, un gesto que no sabemos cómo interpretar, una situación nueva para nosotros… ya sea en el trabajo, entre amigos, en casa. Son pequeñas rutinas diarias que nos transmiten sensaciones y emociones
La Inteligencia Emocional es un tipo de
inteligencia, es decir la destreza mental de las emociones. Se empezó a
estudiar en los 90 por dos autores principalmente, Peter Salovey y John Mayer.
El concepto ya lo había mencionado en 1986 Wayne Leon Payne, quien comenzó a
hacer una investigación al sentir la necesidad teórica del concepto.
Argumentaba que en la sociedad occidental se había suprimido el papel de las
emociones y eso había hecho que la sociedad no creciera emocionalmente, que
hubiera un estancamiento. Con el boom de las finanzas, del consumismo, de la
productividad nos habíamos olvidado de esa parte importante del ser humano que
son sus emociones.
Estos dos autores cogieron el término y desarrollaron
el concepto con el objetivo de explicar porqué hay personas que se manejan
mejor que otras con sus emociones. Enunciaron la Inteligencia Emocional con 4
componentes básicos (percibir, valorar y expresar las emociones con precisión;
experimentar determinados sentimientos en la medida que faciliten el
entendimiento; comprender las emociones y el conocimiento que de ellas se
deriva; regular las emociones para fomentar un crecimiento emocional e
intelectual), algo así como la capacidad que tenemos los seres humanos para
percibir las emociones, valorarlas y saber extraer de ellas el conocimiento
necesario para adaptarnos a la vida. Según estos dos investigadores, y esto es
lo más novedoso, las emociones priorizan la cognición, es decir nos ayudan a
pensar y tomar decisiones. Para la mayoría de las personas saludables, las
emociones transmiten cierto conocimiento sobre su relación con el mundo.
Por lo anterior podemos afirmar que la inteligencia
emocional es un tipo de inteligencia, por lo tanto medible y hasta cierto punto
educable. Salovey y Mayer desde esa aproximación científica se ocuparon de que
los cuatro componentes que ellos enunciaban fueran muy concretos de forma que
se pudieran medir como una destreza mental. Relacionaron el concepto de inteligencia
y el concepto de emoción; siendo las emociones las herramientas que nos ha dado
la naturaleza para poder subsistir; es decir son innatas. Por ejemplo, cuando
el hombre de las cavernas veía un mamut y tenía que ir por él, necesitaba ese
arrojo, esa fuerza, esa ira que multiplicase su energía… las emociones son
útiles porque nos han permitido adaptarnos al entorno. Lo que ocurre ahora es
que las emociones que tenemos no están tan adaptadas a la sociedad actual. Hay
una brecha muy grande entre lo básico del proceso y el entorno en el que
vivimos.
Precisamente una de las bases de la Inteligencia
Emocional se refiere a esa identificación emocional, saber percibir, valorar y
conocer esas emociones. Y además, saber manejar qué conocimientos nos aporta
cada emoción. Por ejemplo, cuando me enfado esa emoción viene debido a que hay
una circunstancia que a mí me resulta injusta y sobre la que tengo que actuar;
otra cosa es cómo actúe cada uno. Esa emoción de enfado es necesaria y tiene
que vivirse. Es cierto que en muchas ocasiones se produce más de una emoción al
mismo tiempo, se puede sentir rabia y tristeza en una circunstancia, o incluso
tristeza y alegría. Esos procesos emocionales llamados complejos, demandan un
nivel mayor de destreza emocional. Reflexionar de dónde viene cada emoción, y
aceptarlo para integrar esa vivencia.
Saber qué hacer con cada emoción, posiblemente sí,
pero no existe un manual de uso, quiero decir, cada emoción es única porque es
vivida y, en cierta forma, creada por cada individuo. Me explico: una emoción
tiene tres componentes; el elemento cognitivo es la valoración subjetiva
que cada uno hace de una determinada situación; si esa valoración implica “esto
es perjudicial para mi y tengo pocos recursos para reaccionar” a partir de ahí
aparece el elemento fisiológico. Mi cuerpo se altera, se revoluciona.
Está formado por las respuestas internas de mi organismo, aceleración del
pulso, respiración más superficial, aumento de la glucosa en sangre para que
mis músculos puedan reaccionar con más energía; por último está el elemento expresivo
que lo componen las manifestaciones corporales de la alteración de mi
organismo, el gesto de enfadado o de triste y las verbalizaciones de mi
emoción. De esos tres elementos el cognitivo es principalmente el determinante
de la emoción, ya que es la valoración que yo individualmente hago sobre cómo
me va a beneficiar o me va a perjudica cierta situación. Una persona con
inteligencia emocional elevada, sabe dirigir sus acciones para rebajar la
intensidad de esos tres componentes. Y si no sabe hacerlo, al menos es
consciente de que no sabe, lo acepta y a la vez reflexiona sobre lo que le está
ocurriendo.
Por ejemplo como “Tico” que soy me cuesta hablar
del carácter de los “ticos”, pero hay factores que influyen en esa típica
manera de ser: la psicología de los grupos humanos se adapta al entorno
atmosférico; como nuestro tiempo generalmente es lluvioso y frío, nos
resguardamos en casa y psicológicamente nos guardamos también nuestros
sentimientos, tanto la alegría como la tristeza. Por otro lado, los valores de
una cultura implican que determinadas maneras de ser sean más aceptadas que
otras, y eso se generaliza y se produce un contagio emocional. Nuestra cultura ha
tenido el trabajo como uno de sus principales valores, y es que no había otra
manera de subsistir en los caseríos que trabajando de sol a sol. Además, el
País ha estado muy influenciado por la religión católica y creo que en esta
falta de expresividad ha tenido mucho que ver esa represión emocional por parte
de la Iglesia.
Si se expresaban las emociones tenía que ser en el
confesionario, donde alguien decidía si lo que yo sentía era bueno o malo. Lo
del carácter de los “ticos” quizá sea un prejuicio…, pero algo de verdad hay
ahí.
Volviendo a la Inteligencia Emocional. Se pueden
citar dos autores precursores a la hora de definir esta inteligencia, sin
embargo es Goleman quien ha popularizado el concepto en las últimas décadas.
Goleman, es quien comercializó el concepto Inteligencia
Emocional. Ocurre no obstante, que según la comunidad científica, el concepto
de Inteligencia Emocional como inteligencia. Él habla de cinco habilidades,
(autoconocimiento, empatía, automotivación, habilidades sociales y regulación
emocional); pero dentro de esas cinco competencias, hay muchas habilidades más
básicas y por eso sería casi imposible medirlo con los criterios científicos de
una inteligencia. Otra crítica que se le puede plantear es que Goleman afirma
en sus definiciones que la Inteligencia Emocional nos permite lograr el
bienestar, pero esto no es así. Es una afirmación extremadamente optimista y
que origina expectativas muy altas, incluso ilusorias.
Hay que manejar el problema con respeto y valentía
y aunque no ayude a lograr exactamente lo que yo quisiera, a la persona le
sirve para sentirse mejor mediante la expresión de sus pensamientos y
sentimientos y así sentirse competente y orgulloso. Además, cada vez que
traemos a la mente una emoción se reproduce todo el proceso emocional. Es
decir, la respiración se acelera, la circulación sanguínea va más rápido… con
el consiguiente costo que eso tiene para la salud. Cuando tenemos emociones
negativas, empezamos a soltar hormonas como el cortisol que libera mucha
glucosa a los músculos para que puedan aumentar la energía para resolver la
situación de alarma y actuar; pero además paralizan las funciones anabólicas de
recuperación, renovación y creación de tejidos. Esto influye tremendamente en
nuestra salud de tal manera que si tengo “reguero” de cortisol muy a menudo eso
influirá en la inhibición del sistema inmunológico y trastornos del sistema
nervioso como cefaleas o hipertensión.
Con respecto a la proliferación de revistas,
artículos y libros de autoayuda. Personalmente considero que no dejan de ser
importantes pues la mayoría están llenos de consejos. Al mismo tiempo, creo que
los libros de autoayuda están haciendo una labor importantísima de acercamiento
de la psicología a las personas. En ese sentido está poniendo nombre y
explicando procesos que de otra manera la gente no conocería y eso es muy útil
porque nuestra mente necesita poner nombre a lo que experimenta y tener cierta
explicación. Pero ocurre que muchos de esos libros tienen poca base científica
y transmiten una idea exagerada de logros y resultados. En psicología no hay
nada milagroso. En cualquier caso, si a una persona que lee un libro de
autoayuda le hace tener una primera toma de contacto y darse cuenta de algún
funcionamiento dañino que estaba siguiendo, entonces muestro mi respeto hacia
ese libro de autoayuda, y hacia esa persona, sobre todo. Mientras tanto seguirá
dándose desde mi perspectiva una relación dialéctica entre las emociones y el entorno
social en el cual nos desenvolvemos.
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